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Pavía: reflexiones 500 años después


Hace 500 años tuvo lugar la Batalla de Pavía, un ejemplo bastante raro en la historia de Europa que deja claro el equilibrio de poder y las contradicciones entre las diversas fuerzas que se enfrentaban en la lucha por la supremacía y que representaban diferentes alternativas del desarrollo histórico. Lo que ocurrió entre el valle pantanoso del río Tesino y las estribaciones de los Alpes el 24 de febrero de 1525 (astronómicamente corresponde al 6 de marzo actual, aunque las fechas de entonces no suelen recalcularse), determinó en cierta medida el destino de Europa en los siglos venideros.

De 1494 a 1559, con breves intervalos, se libraron las Guerras Italianas, que de hecho abarcaron varias regiones de Europa occidental y meridional. En todas ellas los principales rivales fueron el imperio mundial de los Habsburgo, que buscaba la forma de asegurar su dominio en Europa y en las colonias de ultramar, y Francia, que se interponía en su camino como reino local, impidiendo que los Habsburgo dominaran sus posesiones germano-holandesas, italianas y españolas. Objetivamente, una victoria francesa significaría la victoria de las fuerzas de la fragmentación en Estados regionales unidos por la red del sistema-mundo capitalista; una victoria de los Habsburgo significaría la subyugación de esta red a un imperio tradicional. Por primera vez en casi trescientos años, desde la caída de los Hohenstaufen, los Habsburgo fueron capaces de unificar Alemania y el sur de Italia, junto con los Países Bajos, España, Bohemia, Hungría, por no mencionar las posesiones americanas que iban desde México hasta Chile además del Pacífico y Asia Oriental.

Francia, que tenía un tamaño mayor que el de los pequeños estados italianos, fue incapaz de conseguir una victoria militar sobre los Habsburgo. Se suele hablar de ocho rondas en las Guerras Italianas, las cuales abarcaron unos 65 años y casi todos ellos acabaron en la derrota de Francia. La llamada «Primera Guerra de Francisco I y Carlos V», que terminó en Pavía, fue el cuarto de estos ocho asaltos.

Como resultado de la poderosa ofensiva del ejército imperial de mercenarios de Carlos V, que se alió con casi toda Italia y con el papado, así como con Inglaterra y España, ya en 1521-1522 los alemanes tomaron Parma, Piacenza, Milán, Génova. En 1523-1524 los franceses fueron expulsados de toda Italia, el mejor guerrero francés Bayard murió en batalla y el mejor comandante francés, el condestable Carlos Borbón, ofendido por el rey Francisco I, desertó y se unió al bando de Carlos V y dirigió parte de sus ejércitos, siendo su mayor éxito la invasión de Provenza (Carlos Borbón se proclamó duque de Aix-en-Provence) y el asedio de Marsella en 1524. Venecia, el último aliado francés en Italia, se rindió y firmó una paz por separado. A partir de entonces, París permaneció aislada y sólo pudo contar con el apoyo de los mercenarios suizos.

Sin embargo, las epidemias debilitaron al ejército imperial y la gran guerra campesina que asolaba Alemania hizo imposible la llegada de refuerzos. En estas circunstancias, los franceses lanzaron una nueva ofensiva, expulsando a los ejércitos imperiales de Provenza e invaden de nuevo Italia. Lo que más llama la atención es la inmutabilidad de la geopolítica: las líneas de las operaciones militares de esta época se solapan perfectamente con las que enfrentaron a los ostrogodos, francos y burgundios mil años antes (524). Además, el centro del conflicto volvió a ser Pavía. Esta ciudad, fundada en época prerromana por los celtas con el nombre de Ticino, desempeñó un papel clave bajo el reinado de Teodorico el Ostrogodo y fue la capital de los lombardos. Mil años más tarde, obedeciendo a una ley geopolítica, los franceses tomaron la guarnición hispano-alemana de Pavía, defendida en conjunto con una milicia de habitantes locales, en un asedio que duró casi seis meses, de octubre de 1524 al 24 de febrero de 1525, sin resultados. Finalmente, el ejército imperial de Carlos V llegó sin ser notado desde el bosque con tal de atacar a las zapadoras del campamento francés. La batalla se dividió en una serie de escaramuzas autónomas en diferentes partes del anillo de asedio de la ciudad. Francisco I y sus comandantes fueron atraídos a la espesura del bosque y rodeados. Después de que la mayoría de sus caballos murieran por el fuego de los mosquetes, el rey de Francia fue capturado por el mejor comandante español, Fernando de Avalos, y el mariscal Guffier, que lo defendió hasta el final, murió arrojándose sobre sus enemigos. Los mercenarios alemanes del ejército de Carlos V odiaban desde hacía tiempo a los suizos, no los hacían prisioneros y los ahogaban en los pantanos. Diez días después, los alemanes entraron en Milán.

La derrota de los franceses fue total. El rey y algunos de sus comandantes fueron hechos prisioneros y enviados a comer con una campesina local que les ofreció una sopa de pan duro y huevos sin cáscara. Este plato, apodado sopa de Pavía, sigue siendo popular en la cocina francesa. Los victoriosos españoles, a su vez, inventaron un plato a base de pimientos y berenjenas llamado soldados pavianos, que debe su nombre a sus uniformes rojos y amarillos.

El cuñado del rey Francisco (el marido de su hermana), el duque Carlos de Alançon, no participó en la batalla, no recibió información clara sobre su desarrollo y se retiró precipitadamente con su destacamento, por lo que fue acusado de traición en su país. Murió de pena en abril. En cuanto al bando vencedor, sus pérdidas en el campo de batalla fueron extremadamente pequeñas: sólo 500 soldados (los franceses y suizos sufrieron de 10 a 12 mil). El principal vencedor fue de Avalos, que murió en diciembre del mismo año de tuberculosis.

El cautivo Francisco I escribió a su madre: «Todo está perdido menos el honor y la vida». Mentía: el honor del rey se perdió por el hecho mismo de su captura en Madrid, donde pasó más de un año. Francisco enfermó de dolor durante su cautiverio, sólo se recuperó cuando conoció a Carlos V. Tras ocuparse de la Guerra de los Campesinos en Alemania, el emperador consiguió obligar a Francisco a firmar un tratado de servidumbre por el que Francia renunciaba a sus pretensiones sobre Italia, Flandes, Artois y Borgoña. Según el tratado, Francisco se comprometía a casarse con la hermana de Carlos V y a perdonar al traidor Carlos de Borbón, además de recuperar y a restituir sus posesiones en Provenza. Los dos hijos y herederos de Francisco fueron llevados como rehenes a Madrid, donde su padre fue liberado en marzo de 1526. Sin embargo, en cuanto el rey regresó a París, engañó inmediatamente a Carlos V y declaró nulo el tratado. Comenzó entonces la quinta ronda de las Guerras Italianas (esta vez el Papa y el rey de Inglaterra dejaron de lado a Carlos V y apoyaron a Francisco), que volvería a perder en 1530, pero recuperaría a sus hijos e incluso Borgoña, fracasando en todo lo demás.

La batalla de Pavía reveló la imposibilidad de Francia de realizar su estrategia de expansión mediterránea y la empujó a buscar soluciones alternativas, sobre todo una alianza con los turcos, formalizada en secreto precisamente durante el periodo de cautiverio de Francisco en Madrid. La gran ofensiva otomana contra Hungría y Austria comenzaría ya en 1526 y la flota turca permanecería en el puerto de Marsella durante años: en lo sucesivo, a Francisco I le convenía incluso un apoyo de este tipo, además de generosas promesas (pero nada seguras en realidad) al papa Clemente VII, a Enrique VIII Tudor, así como a Venecia y Génova, resentidos con los alemanes. La importancia de la infantería suiza volvió a verse mermada, pero aumentó el papel de las tercias españolas. Además, Pavía demostró la superioridad de los mosqueteros sobre la caballería y la importancia de las unidades de zapadores. En cierto modo, la batalla de Pavía fue el punto de partida de la acelerada transición de Europa hacia el sistema del absolutismo militar-fiscal y la carrera armamentística entre grandes Wstados, dejando atrás la antigua hegemonía marítima de Venecia, Génova y la Liga Hanseática. En términos diplomáticos, el Tratado de Madrid fue un ejemplo de engaño y «tomadura de pelo» increíblemente flagrante, que se convirtió en una nueva forma de relaciones internacionales y magulló la capacidad de Francia para elaborar tratados en el continente.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Maxim Medovarov

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